Muchas personas con discapacidad
intelectual (DI) manifiestan conductas problemáticas como la destrucción de la
propiedad, las agresiones, las rabietas, etc. afectando negativamente la
calidad de vida de las propias personas y la de sus familiares o profesionales
Las conductas desafiantes se
convierten en una de las mayores barreras a las que los sistemas educativos
deben dar una respuesta así como uno de
los mayores retos para garantizar la inclusión y participación de las personas
con DI en la comunidad,
Las intervenciones que se centran en
la modificación de la conducta, normalmente implican la manipulación (o el
control) de determinados eventos con el fin de eliminar, o al menos reducir,
dicha conducta.
Una manera de tratar las conductas
problemáticas es mediante el análisis funcional. Este término, introducido por
Skinner en 1953, tenía el objetivo de nombrar el proceso por el cual se podían
identificar aquellas variables independientes que están relacionadas de manera funcional
con la conducta humana. Es decir, permite identificar aquellas variables que están
relacionadas funcionalmente con la ocurrencia de la conducta problemática; el
énfasis se sitúa en la función de la conducta en lugar de en su forma. Así, el
análisis funcional de la conducta se convierte en un método individualizado y comprensivo
que posibilita identificar la razón o la función de una conducta problemática
con el fin de diseñar e implementar intervenciones individualizadas a partir de
este conocimiento.
De este modo, se asume una importancia
cada vez mayor de los factores ambientales; la conducta no se produce al azar,
sino que se manifiesta en un contexto de múltiples variables que interactúan
(individuales, de motivación, de instrucción, ambientales y biológicas). Esta
complejidad, añade nuevos retos a la comprensión y el tratamiento de las conductas
problemáticas.
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